No estaba segura de escribir sobre el atentado ocurrido en mi ciudad. No quería dejarme llevar por el horror del momento o por la ira que una acción semejante pudiera producirme. No quiero ser injusta metiendo en el saco de la locura, la violencia de la venganza sin sentido y mal entendida, a todos los musulmanes que viven en paz en Barcelona.
Por eso esperé a que todo se calmara dentro de mi y explicar, directamente y para quien no la conozca, lo que es para mi la zona donde se ha producido este aterrador hecho.
Las Ramblas de Barcelona, un nombre mítico. Parece mentira que aunque no hayan venido nunca y no tengan posibilidades de hacerlo, es un lugar conocido en sitios muy distantes y culturas muy diferentes.
Como he leído últimamente, las Ramblas no es cualquier lugar.
Es un paseo central que, como decimos los barceloneses, va de montaña dirección mar, con una carretera a cada lado, una de subida y otra de bajada.
Bajando por la zona central, a los lados de este paseo, hay pequeños locales que comienzan siendo de libros, son sustituidos por pájaros y por último una explosión provocada por el color y el olor de millones de flores expuestas en pequeñas casetas de venta.
Todo esto está adecerazado por espectaculares estatuas vivientes, músicos callejeros, pintores que te hacen un retrato o una caricatura espectacular, vendedores de lotería, terrazas de restaurantes que sirven paella para cenar exclusivamente a los turistas y tenderetes de venta ambulante.
Y cuando llegas al final, te encuentras de frente con la estatua de Colón, rodeado por sus protectores leones que aparecen en las fotos de vacaciones de turistas de medio mundo.
En las calles laterales hay un número ingente de restaurantes de cocina de todo tipo (china, turca, marroquí, mediterránea, argentina...) y cafés con aires de finales del XIX. Tiendas de souvenirs con sombreros mejicanos, camisetas del Barça o toros en miniatura, todas ellas regidas por pakistaníes. Edificios modernistas conviviendo con otros de la época medieval. Infinidad de teatros y sobresaliendo de todos ellos, en la acera derecha dirección mar, el teatro del Liceo, la majestuosa casa que los barceloneses hemos dedicado a la Ópera y que ha sido testigo y a veces protagonista de actos de violencia en otras épocas más turbulentas.
Y de repente, una pequeña bocacalle nos descubre el Museo de Cera, impresionante, no ya por su interior, si no por el edificio donde está enclavado. Uno de los primeros Bancos, construido a finales del XVIII y con una historia misteriosa de desapariciones y asesinatos.
He dejado, a conciencia, este pequeño espacio para hacer una mención especial a un sitio pequeñito de tamaño, infinito de significado, La Fuente de Canaletas.
Es curioso pero, una vez que llevé a unos amigos, que nunca habían visitado la ciudad, a verla, me dijeron que era muy pequeña.
Supongo que la repercusión, la simbología que tiene para nosotros la hace imaginar más grande.
Pero la leyenda no escrita que dice que si bebes de la Fuente siempre volverás a Barcelona la ha convertido en el sitio de reunión espontánea de la ciudadanía para celebrar alegrías o llorar tristezas.
Nuestras Ramblas son el corazón de nuestra ciudad, cuando hace mucho que no paseamos por allí, la añoramos como a un ser querido que hace un tiempo que no ves.
Es una calle que jamás se siente sola porque siempre hay alguien para hacerle compañía, para mirarla con asombro, admirarla y fotografiarla. Por un momento nos la han robado, bañando con sangre, miedo y muerte su suelo. Pero no es la primera vez que eso le pasa. Han desfilado ejércitos y han pasado guerras ante sus ojos y ahí sigue, alegre, colorida pero sin olvidar nunca a las víctimas que murieron en sus brazos.
Y espera con cariño a todo el que quiera venir a visitarla.
Bienvenidos a mi casa. Te adentras en un mundo de fantasía, mi mundo.¿Preparado?.
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