jueves, 30 de marzo de 2017

Reflexión

La vida es una búsqueda constante de uno mismo. Unos crecen y consiguen encontrar una parte de ellos. La mayoría se quedan en embrión, un proyecto de ser humano.
La búsqueda que empeña nuestra existencia no implica a los otros porque, la obra que iniciamos al nacer es demasiado faraonica como para mezclar al prójimo.
Eso nos lleva a estar solos en el empeño y a aislarnos del resto si lo hacemos con ahínco. De todas maneras parece menos preocupante el que dedica su vida a encontrarse, a conocerse, porque, a través de ese conocimiento, reconocemos y apreciamos a los demás. El hombre que se quiere a si mismo tiene el canal abierto para amar al otro.
En cambio, los que se quedan en embrión al nacer no tienen contacto directo con su interior. Si no puedes reconocer la culpa, la tristeza, la satisfacción, el orgullo, la dignidad... en ti mismo es imposible que lo detectes en el otro porque son sentimientos completamente desconocidos.
Si no sientes compasión por tu propio sufrimiento como podrás sentirla por el sufrimiento de otros. Si ignoras tu propia tristeza nunca podrás mitigar la tristeza ajena porque serás incapaz de reconocerla.
Cuando alguien priva a unos padres de sus hijos y no siente el menor remordimiento por el dolor causado es porque nunca ha buscado la sensación de pérdida en su interior. Aunque no queramos todos hemos perdido a alguien muy importante, muy querido, hasta el más cruel de los hombres. La diferencia está en que seamos conscientes de que, a parte de un cuerpo, somos puro sentimiento.
Pero el sentimiento es como un cuerpo despojado de la piel, pura sensibilidad que hasta el aire daña. Por eso lo blindamos, lo metemos en una burbuja y, a veces, esa burbuja es tan inaccesible que no es que lo aislemos del peligro del daño ajeno, si no que se vuelve inalcanzable hasta para nosotros mismos.
Si hacemos esto cuando somos muy jóvenes lo que ocurre es que no crece, no se nutre, no evoluciona. Se queda en un simple gen y cuando, por la edad, nos volvemos más valientes y decidimos liberarlo esta atrofiado y ya no sirve para nada.
Yo, que cometí ese error casi desde que nací debido a las agresiones externas, he decidido que quizá todavía no es tarde. Que mi blindaje era mucho más permeable de lo que pensaba y que mis sentimientos han crecido conmigo y ya no caben donde los tenía encerrados.
Por eso voy a darles rienda suelta y arriesgarme a volver a sufrir por el daño que puedan hacerme los demás pero sentir!!! Porque si no te permites sentir dolor por miedo, tampoco sabrás lo que es la alegría, la satisfacción, el orgullo...

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