miércoles, 12 de abril de 2017

11 de abril, Día del Párkinson

De repente te pienso princesa, como muchas y muchas veces durante el día, la semana, el mes. Te añoro pero a la vez te noto cerca. Me sigo riendo con tus cosas y sigo recordando tu cara, tus manos, tu hombro donde pase horas apoyada, el tacto, la suavidad de tu piel, tu voz.
Pero te pienso cuando eras tú. Cuando sacabas en todo su esplendor tu sarcasmo y tu ironía perfectas de las que nadie se libraba, ni siquiera yo y que, afortunadamente, me dejaste en herencia.
Siempre fuiste dependiente. Desde que tenías tres años y la polio te hizo como fuiste. Yo me responsabilice de ti durante muchos años pero, la mayor parte de ese tiempo me dio muchísimas más satisfacciones que problemas. Me compensaba todo el esfuerzo que tenia que realizar y vivía para ti las 24 horas sin importarme lo mas mínimo.
Teníamos una complicidad absoluta. Siempre había un tema de conversación. Muchas veces nos reíamos. Viajábamos juntas y yo era feliz doblemente por verte a ti, sorprendida, orgullosa, importante, haciendo algo que nunca habías podido hacer. Salir de tu casa para conocer otros mundos.
Pero, de repente, el Párkinson se llevo la persona que eras. 
Empezó, como todas las cosas muy malas, de manera imperceptible, con pequeños toques de atención. No recordando lo que te había dicho hacia un segundo y preguntándome la misma cosa infinitas veces hasta el cansancio.
Dejaste poco a poco, o rápido, depende de como lo veas, de tener facilidad para hacer las cosas mas cotidianas. Comer, hablar, recordar...
Entraste en un mundo donde solo vivías tu. Donde yo tan solo podía rascar la superficie pero que, aun así, me hacia sentir lo sola y asustada que estabas allí.
No reconocías tu casa y tenias miedo de un lugar desconocido. Querías volver a la seguridad de un mundo cotidiano que yo no sabia cual era, que solo estaba en tu cabeza. Lo único que yo podía hacer era intentar que no tuvieras miedo a través de mis palabras y mi contacto.
Me convertí en tu toma a tierra. En la persona que hacia de puente entre el lugar en el que estabas la mayor parte del tiempo y la realidad. Pase de ser tu hija, tu compañera, tu amiga a una linea de vida a la que te agarrabas desesperadamente para no caer al vacío. Lo malo es que me estabas arrastrando contigo.
No podía desaparecer de tu vista ni un segundo por que, si no, entrabas en pánico y empezabas a llorar y ha llamarme a gritos. Empezaste a llamarme mama y yo perdí a mi madre en ese instante. En ese instante me quede definitivamente sola.
Sola, luchando contra una situación que me venia grande. Que nos viene grande a todos los que vemos la destrucción lenta y sistemática de la persona a la que mas amamos en el mundo.
Transitas un camino que empieza en la absoluta desesperación y acaba en la resignación y la tristeza total y devastadora.
Pero, desafortunadamente no se acaba ahí.
Cuando estuviste en el hospital y los médicos me aconsejaron que te ingresara en una residencia por que estaba en juego mi salud física y mental, lo hice.
Me costo noches de insomnio y llanto en la soledad en la que se había quedado nuestra casa. Pero tus primeros meses en la residencia me regalaron una suerte de lucidez en la que entraste y que me devolvió la felicidad momentáneamente.
Volviste a ser tu en todo tu esplendor y durante un tiempo tuve la esperanza, la suerte de disfrutarte otra vez.
Recuerdo ese periodo con alegría y amor. Pero el destino no olvida. No perdona. Y cuando empezaste a caer, lo hiciste en picado y sin tener manera de parar, de ralentizar la caída. Dejaste de hablar, de comer, de moverte. Te quedaste en la cama. Te convertiste en mi saquito de piel y hueso, en los ojos muy abiertos que me miraban fijo y me seguían por la habitación, lo único que tenia vida en ti. Incapaz de moverte ni siquiera para levantar la cabeza puesta en mala posición. Tus manos ya no se movían, ya no me tocaban.

Muchas veces salia de verte y tenia que sentarme en un banco en el parque al lado de la residencia. La de veces que esos bancos me han visto llorar por que tenia una sola necesidad, una necesidad que, por momentos, se convertía en la única forma de seguir. Que me acariciaras una vez más. Que una vez más me dijeras que me querías. Escuchar tu voz una vez más.
Pero eso no ocurrió. Y te fuiste. La partida no fue fácil, como no fue fácil el camino recorrido hasta el final.
Ahora te recuerdo siempre, mi pequeña princesa, la mas guapa y divertida de la residencia. Y, estoy convencida de que me miras, me tocas y me dices: ¡¡¡te quiero hija!!!.

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