lunes, 5 de junio de 2017

Evolución

Viendo un episodio de "Cosmos" (no la serie original de Carl Sagan, una nueva versión) que trataba de la evolución y la adaptación al medio, empecé a pensar.
El hombre, como especie, ha tenido el mismo proceso evolutivo que cualquier otro animal de la naturaleza (con las debidas excepciones). Desde que llegamos a ser el Homo Erectus, hemos perdido el pelo corporal, inventamos un lenguaje, creamos herramientas que nos facilitaran las tareas cotidianas y la obtención de recursos, y eso nos convirtió en depredadores en la parte alta de la cadena.


La unión en grupos llevó inevitablemente a la creación de sociedades que se fueron sofisticando conforme las exigencias grupales crecian.
Se inventó el progreso, la tecnología y a partir de hay fue una escalada sin control, sin límite hacia un futuro que somos incapaces de imaginar. 


Eso nos podría llevar a pensar que la adaptación al medio para la especie humana ha acabado. Quizá físicamente el hombre ha llegado al límite de mutaciones pero, en el siglo XXI se nos exige otro tipo de evolución, la emocional.
Las sociedades se amoldan a los cambios más rápido que sus propios miembros pero como toda selección natural, el que no se adapta, desaparece.
Al hombre se le exige una catadura moral que ha ido variando excepcionalmente con el tiempo y mientras una modificación física puede tardar siglos en producirse, la Era Moderna obliga a una transformación en lo más profundo de creencias y pensamientos a una velocidad de vértigo. 


Pero lo más sorprendente es que todo este bagaje de supervivencia en la Tierra ha desembocado en una especie de tendencia al aislacionismo, a la individualidad. 
Lo que llevó a la humanidad a unirse, el instinto de protección, el miedo a la soledad, la necesidad de pertenencia a un grupo, incluso el interés puramente comercial parecen haber desaparecido para la mayor parte de la sociedad. 
Es cierto que proliferan las tribus urbanas como expresión de una necesidad de identidad, de grupalidad. Pero eso se da en un segmento de edad de la población, los jóvenes. Ellos están en pleno crecimiento psicológico y todavía les prima ese sentimiento atávico. 



Pero quizá lo más preocupante de esa individualidad que nos aqueja es la creación de míni universos particulares alejados del resto de nuestros conciudadanos. 
Parece que cada uno en su propia burbuja, permanece indiferente a lo que pasa fuera de ella.
El ser humano a perdido la capacidad de unión, de defensa del grupo, de protección de las bases más débiles.


Eso lleva a un irremediable estado de indiferencia. Nos convertimos en simples espectadores de los acontecimientos, sin implicación, sin sentimientos. Como los protagonistas de aquella película que viajaban en el tiempo como turistas, para ser testigos de primera mano de grandes catástrofes pero sin interactuar con el acontecimiento. 
La grave falta de empatia del ciudadano moderno les hace valorar muy poco la vida o el sufrimiento ajeno.
Esto, más que cualquier otro motivo ambiental, nos llevará, indefectiblemente, a la extinción. 

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