jueves, 15 de junio de 2017

Transición, Democracia




Es curioso pero me sorprende cuando veo jóvenes dedicados a la política. 
Probablemente es porque miro a mi sobrino de casi 13 años, sus compañeros de clase, sus amigos... Y compruebo un desinterés, un desconocimiento absoluto sobre esos temas. 
Inevitablemente comparo esa actitud con la mía y la de mi circulo cuando teníamos esa edad.
Cierto que vivimos una época muy especial en la historia de nuestro país y también es verdad que no todos los jóvenes, en aquel momento, teníamos las mismas inquietudes, pero el 90% habían hecho de la política el eje central de sus vidas. Y no como profesión si no por una preocupación genuina por el país en el que vivían. 
Cuando yo tenía 12 años, el 20 de noviembre de 1975, murió Franco, nuestro dictador particular, para regocijo mio y de la mayoría de mis compatriotas. 
Estaba cursando octavo de EGB y había sido testigo de la evolución espectacular que había sufrido el profesorado en menos de tres años. De oír el himno nacional en el patio y rezar antes de empezar a estudiar pasamos a escuchar a Victor Jara, hacer clases de historia que consistían en coloquios donde se discutía, por ejemplo, los grandes movimientos sindicales del proletariado durante la revolución industrial. De no oír hablar de Miguel Hernández o Federico García Lorca a convertirlos en autores de cabecera y sabernos sus poemas de memoria: 

"Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores".

Este tipo de sistema pedagógico influyó poderosamente en los intereses del sector más joven de la población de mi época adolescente. 
Los llamados "profes progres" marcaron la vida de muchos de nosotros y nos convirtieron en testigos interesados y, en cierto modo, partícipes de la evolución democrática de España. 
Otra cosa que me influyó en gran medida fue el hecho de vivir en Catalunya. Aquí sentimos especialmente la represión de la dictadura. 
Yo llegué, emigrada de Andalucía, cuando tenía 4 años. Tuve que ser autodidacta a la hora de aprender el idioma y las tradiciones ya que estaban prohibidos en el sistema educativo. Por tanto, al interés por la transición a la democracia, se sumaba la necesidad de reclamar la autonomía que nos permitiera recuperar y dar la importancia que merecía la historia y la cultura de nuestra comunidad. 



También se daba la circunstancia de que yo residía en una localidad eminentemente trabajadora. Los movimientos sindicales de la época se exacerbaron por una serie de reajustes en plantillas y cierres en empresas que tenían sede en mi ciudad.
Todo esto se mezclo en un gran caldero en ebullición constante. Había manifestaciones diarias, que rotavan de un interés a otro y que la policía, todavía acólitos del régimen anterior, se encargaban de reprimir como en los mejores tiempos de la dictadura. 
Yo conocía gente que había pertenecido al Partido Comunista cuando todavía era ilegal y que sufrió el ataque de grupos de extremaderecha, que no aceptaban los cambios que se estaban produciendo en la sociedad. 
Fue un periodo convulso donde todos los ciudadanos nos posicionamos para volver a tener libertad, para que los jóvenes de hoy no tuvieran que echarse a las calles para luchar por su futuro. 
Por eso, la mayoría de españoles de mi edad, que eramos soñadores y creíamos que luchábamos por un futuro mejor, ahora nos hemos convertido en gente decepcionada que ha visto como los ideales de esos años han sido corrompidos por intereses económicos, que todo lo que nos costó tanto conseguir se está perdiendo, diluyendo. Esta siendo destruido poco a poco por gobiernos de derechas con militantes que creíamos que se quedaron atrás cuando murió Franco pero que, en realidad, siempre han estado ahí.

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