lunes, 27 de agosto de 2018

Reseña: "Los secretos de San Gervasio"



Soy una gran fan de Sherlock Holmes, por eso me generó mucha curiosidad y grandes expectativas “Los secretos de San Gervasio”.
Hasta que leí un artículo en un periódico no supe la cantidad de literatura que se había generado con el personaje del famoso detective como eje central, pero no escrita por Conan Doyle. Así que, la perspectiva de que la mente lógica de Sherlock se enfrentara a la resolución de un misterio en un país tan amante de la improvisación, tan apasionado e ilógico como España me pareció tremendamente atractiva.
Pero ¡oh decepción! Quizá Carlos Puyol es demasiado español y como buen compatriota, tiende a tirar piedras a nuestro propio tejado pues, no hay critico más cruel con sus propios paisanos que alguien nacido en territorio patrio.
Nuestro admirado Sherlock queda totalmente desdibujado, mimetizado con la polvorienta tierra que se describe, en aquel tórrido verano del siglo XIX, cuando visitó la Ciudad Condal.
El protagonismo lo detenta nuestro caballero por excelencia, el Doctor John H. Watson, que lleva su típico esnobismo inglés hasta la exacerbación. Cierto es que, para alguien como él, la España de cualquier siglo debía ser algo exasperadamente incomprensible e, incluso, irritante. También debió ser traumático contemplar como su compañero, alguien tan escrupuloso en todos los aspectos de su vida, tan asceta y poco dado a la comprensión de las debilidades humanas, se dejara llevar por la vida desordenada de unos ciudadanos más pertenecientes al surrealismo que a la época victoriana.
Así que “Los secretos de San Gervasio” se convierte, prácticamente, en un relato plagado de lloriqueos, en una lista infinita de críticas quejumbrosas de nuestro pobre Doctor.
Sherlock, en cambio, establece una relación curiosa con el resto de personajes. Unos secundarios con tendencias esquizofrénicas, que viven en un mundo imaginado o, simplemente, mentirosos compulsivos. Cosa por demás sorprendente dada la obsesión del Señor Holmes por la búsqueda de la verdad.
En definitiva, como dicen los gallegos, asesinato y secretos haberlos haylos, pero no es, ni por asomo, lo más importante de esta novela.
Mi queja, mi decepción es que el gran detective pasa casi inadvertido entre un reparto demasiado coral que acaba teniendo más entidad que los propios protagonistas.
Aunque, para no quedarnos con excesivo mal sabor de boca, al final se nos aplican unos cuantos paños calientes. La pareja británica sufre el síndrome de todo turista, acaban degustando la experiencia con la dulzura de la evocación.

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