martes, 10 de octubre de 2017

La luz de mi camino

La vida es un camino sinuoso, por momentos completamente cerrado por ramas y matojos con los que tienes que luchar hasta la extenuación para poder avanzar tres pasos.
Hay veces que te regala una bóveda verde de árboles muy altos y una alfombra suave y húmeda para descansar los pies.
Pero gran parte del tiempo, caminamos por ese bosque tupido a oscuras, completamente a ciegas. Las zarzas te van dejando cicatrices profundas que duelen aunque haga tiempo que se han curado.
Hay personas que nunca consiguen llegar a un claro y se quedan en un lado del camino, ignorados por el resto de caminantes.
En cambio hay otros que, por suerte o habilidad, consiguen llegar al valle y hacen el resto del viaje iluminados por la luz del sol y reconocidos por sus semejantes. Algunos, incluso, se convierten en guías de otros peregrinos.
Pero, seamos unos u otros, a veces, ese sendero tan complicado que es la vida, te da una concesión en tu lucha constante y permite que un rayo de sol se cuele entre el follaje, te ilumine la cara y te acompañe el resto del viaje calentando tus pobres huesos cansados.
Eso le ha pasado a esta pobre maratonista. De repente, cuando más cansada estaba, cuando pensaba que había elegido el camino más difícil y que nunca podría ver el sol, sentí un calor en la cara que me costó reconocer porque nunca antes me había pasado. Me asuste al principio convencida de que estaba enferma. No podía creer que el espíritu del bosque me hubiera elegido para hacerme un regalo semejante, luz y calor en la parte más intrincada de la arboleda. ¡Pero sí, así era. Yo había sido la escogida!.
Capturé ese hecho extraordinario y lo encerré en mi corazón por si algún día desaparecía, porque, si te sientes tocada por un milagro como ese, te vuelves el más desgraciado de los mortales si algún día te abandona.
Afortunadamente me sigue acompañando y, cada día, su luz y su calor son más fuertes, de tal manera, que cuando me pueden las ganas de sentarme en una piedra y abandonar, solo tengo que buscar su reflejo entre las ramas o dentro de mi corazón, para que me inunden unas fuerzas que creía que ya no tenía.
Y ese milagro tiene nombre, dos caras preciosas y unas personalidades extraordinarias y por descubrir.
Se llaman Sergio y Alex, son mis sobrinos y le estaré eternamente agradecida a mi hermana por haberlos puesto en mi vida.
¡Os amo chicos!

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