viernes, 5 de enero de 2018

Nací mujer




Nací mujer. No es fácil serlo en este mundo dominado por los usos masculinos en cualquier aspecto de la vida cotidiana.
El hombre nos relegó al papel de servidumbre desde el principio de los tiempos y se apoyó en la religión para darle verosimilitud y revestir su actitud como algo sagrado. Los Dioses y no ellos eran los que decían que la mujer había nacido para servir al hombre.
Inventaron una especie de pecado original en donde la fémina era la culpable de todos los males del mundo porque su espíritu díscolo había sido creado para tentarlos y llevarlos a cometer pecados contra la humanidad. Era por ello que debían educarnos, controlarnos, dominarnos.
El varón obtuvo su supremacía a partir del uso de la fuerza y el poder del miedo. También se ayudó de la estrategia de mantener a las mujeres en la más absoluta ignorancia. Tenían prohibido estudiar y, en todo caso, la educación que se les proporcionaba iba dirigida a reforzar su papel de servilismo.
A las niñas se nos convence desde el nacimiento de que somos seres inferiores a nuestros congéneres los hombres. Que hemos venido al mundo con una inteligencia pareja a nuestra menor fortaleza física. Que somos seres débiles y tontos que necesitan estar tutelados. Por tanto, primero vivimos bajo la sombra de nuestro padre, para sustituirla más tarde, por la de nuestro marido. Como una propiedad que se vende, que se traspasa.
Durante siglos, no hemos sido dueñas de nuestro libre albedrio ya que, este, pertenecía, junto con nuestro cuerpo, al amo del que "disfrutáramos" en ese momento. Por tanto, estábamos obligadas a pedir permiso para tomar cualquier decisión que se refiriera a nosotras mismas. Trabajar, montar un negocio, vender una propiedad, estudiar...
Se nos podía condenar a penas de cárcel por adulterio, incluso nuestro marido quedaba libre de cargos si te asesinaba por ese motivo.
La naturaleza nos premió con la capacidad de parir y eso ha sido una recompensa y un castigo pues se convirtió en una cadena más de las muchas que nos mantienen atadas a la esclavitud. A las religiones les encanta prohibirte tomar la decisión de cuando quieres ser madre y cuantos hijos quieres tener. Rodeada de niños no piensas, no tomas iniciativas, desapareces aún más diluida en las necesidades de tu familia.
Durante siglos si hemos querido escribir, pintar, componer música... Nos hemos tenido que esconder bajo seudónimos masculinos.
Hemos sacrificado nuestras vidas para obtener el derecho a votar, tener libre entrada a las universidades, acceder al mercado laboral.
El mercado laboral... Ese donde hay un mínimo ridículo de mujeres directivas porque los hombres tienen más derecho a optar a estos cargos y no precisamente por su valía profesional. Donde recibimos sueldos inferiores a los de nuestros compañeros a cambio de realizar exactamente las mismas tareas, donde se nos castiga por ser madres, esa capacidad por la que los varones se supone que nos admiran.
Y llegados al siglo XXI, el hombre ve peligrar su supremacía y utiliza contra nosotras el mismo método que ha usado siempre, la violencia.
No es fácil ser mujer. De los grupos susceptibles de recibir maltrato y discriminación, las mujeres somos el más castigado.
Pero no dejaremos de luchar para tener el lugar en el mundo que nos merecemos.



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