miércoles, 3 de mayo de 2017

Exorcismo

He decidido hacer un exorcismo con mi propia alma. No va a ser un ejercicio fácil pero espero que me acompañéis en el viaje.
Quien haya leído alguno de mis posts habrá notado que siempre hablo de mi madre pero nunca de mi padre. Lo tuve, no os vayáis a creer, pero la época en la que estuvo conmigo está guardada en la caja de Pandora.
Por eso he decidido realizar este exorcismo y abrir la caja.
Mi padre era el típico hombre educado en los años 40. El hombre provee, la mujer cuida de la casa y los niños. Nunca permitió que mi madre trabajara aunque, con lo que el proveía no nos llegaba para poder comer. Gracias a que mi madre, como todas, hacía milagros, nunca pasamos hambre. El no era de los que se preocupaban de que a sus hijas no les faltara de nada.
Mi padre era un enfermo crónico desde los 18 años, tenía una enfermedad pulmonar. Pero eso solo era su enfermedad física.
Su alma estaba enferma desde siempre, con esa enfermedad que aqueja a los que han sufrido y presenciado malos tratos desde pequeños. Que no ha recibido amor ni cuidados jamás.
Y creo que eso le hizo ser un mutilado emocional. No fue querido, no sabía querer.
Yo le amaba en un 50%, el otro 50% lo ocupaba el temor que me provocaba.
Pero eso solo duro el corto periodo de mi niñez. Yo crecí muy rápido y cuando lo hice, el amor creció y el temor se convirtió en pena, en misericordia.
El era un hombre débil dominado por sus vicios. ¡No os escandalicéis! Soy realista, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, era un alcohólico crónico que no cuidaba de su salud por el bien de su familia, al menos.
Esto provocaba que perdiera el empleo constantemente y nuestra situación económica, como ya he dicho antes, fuera, como poco, precaria.
Además, el poco tiempo que estaba en casa, ósea el que jugar a las cartas y sus amigos del bar le dejaban, era una guerra. Una batalla campal de gritos y objetos volando. Y eso que mi madre no le recriminaba prácticamente, pero bastaba un gesto, una lágrima para que se desatara la II guerra mundial.
Lo que si tengo que aclarar desde ahora es que nunca nos pego ni a mi madre ni a nosotras.
Cuando llegué a la adolescencia los malos hábitos y su enfermedad habían hecho mella en él y ya no había peleas en casa. Dejo de trabajar y empezó a cobrar una pensión ridícula.
Se quedó sentado ante una mesa, con una botella de vino barato al lado y un cenicero y un paquete de cigarrillos delante, y se consumió.
Nosotras intentamos de todas las maneras posibles que cambiara de actitud, pero sólo conseguíamos que se enfadara y su comportamiento empeorara.
De repente una noche, después de una discusión, cuando el tenía 50 años y yo 24, decidió que ya no quería seguir y se suicidó.
Papá: fui tu machito, el hijo varón que nunca tuviste, tu bastón, tu apoyo, tu sustituta. Me pediste que nunca me fuera de tu lado y aquí me tienes. Siempre vivirás en mi pensamiento porque, a pesar de todo,  te adoro.


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