lunes, 1 de mayo de 2017

Si Dios no existiera



Judíos, musulmanes, cristianos, homosexuales, transexuales, mujeres, blancos, negros, amarillos, sunitas, chiitas... ¡¡Persecución, discriminación, matanzas, violencia!!
¿Por qué? Supongo que todos nos hemos preguntado alguna vez de donde sale, donde nace el odio del hombre hacia otros hombres que los lleva a involucionar de seres racionales a bestias sanguinarias y crueles.
La masa es impredecible como el mar que, de la calma chicha más absoluta, pasa a la tempestad bíblica de un día para otro.
Odiamos de repente y de manera caprichosa a otras personas solo porque son diferentes de nosotros.


Lo gris, la uniformidad, los comportamientos clonados nos tranquilizan, nos hacen sentirnos bien. Seguros en un universo artificial que no hace vibrar nuestras conciencias, esa información genética que llevamos incorporada.
Pero en el inconsciente, en lo más recóndito de nuestro cerebro, en una parte infinitesimal de nuestras almas hay algo que nos hace sentirnos mal ante estos sentimientos injustificados de odio hacia los demás.
Entonces corremos a buscar una razón poderosa que justifique esos instintos pérfidos y acálle ese malestar parecido a una indigestión. Y echamos mano del recurso más fácil: son malos, quieren acabar con todo lo bueno que hay en el mundo.
Porque, por supuesto, al perseguidor le asiste la razón. Es el defensor de la humanidad, el elegido para acabar con ese demonio con rabo y cuernos que amenaza con acabar con todo lo más sagrado, los pilares donde se asienta nuestra civilización.
Ahora hagamos una introspección y volvamos a cuando eramos células. Cuando no había leyes, pecados, moral, conciencia, remordimientos. Y desde ahí miremos la tela de araña que hemos creado a nuestro alrededor, formada por prejuicios, intolerancia, culpa, puerilidad, miedo... y que pensamos que nos protege. ¿De donde sale esa convicción?
Saramago decía: "Porque nos morimos hemos inventado a Dios", y de esta invención primigenia cuelga toda esa tela de araña. Probablemente si fuéramos inmortales y Dios no existiera, muchas de esas leyes que hemos creado como muro defensivo ante las ideas divergentes no existirían.
Pero si seguimos meditando y tenemos el valor de buscar en nuestro interior la causa del miedo que nos conduce a la violencia contra nuestros semejantes solo porque no son semejantes, encontraremos que sólo es el temor a que nos demuestren que estamos terriblemente equivocados.

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