martes, 26 de septiembre de 2017

El héroe de Sidi Ifni

Mi padre tenía una historia que contar pero nunca pudo. Sería lógico pensar que, teniendo un episodio tan traumático en su vida, iba a utilizarlo reconvirtiendolo en una "batallita" con tintes heroicos. Pero siempre fue incapaz de hilar la historia completa y, sobre todo, jamás consiguió poner en palabras y transmitir a los demás lo que sintió en aquellos días tan dramáticos.
Yo, tan solo cuando ya había pasado mucho tiempo y había crecido lo suficiente, pude juntar los trozos dispersos de sus comentarios y lo poco que sabía mi madre, para hacerme una ligera idea de lo que podía haber sucedido.
Los únicos datos que tenía claros era que, durante la mili, mi padre fue destinado a Canarias. Estuvo un tiempo en la capital del archipiélago y de repente, le trasladaron a Sidi Ifni. Era el año 1957 y la zona era la denominada "Sáhara español".
A partir de aquí nunca logro o no quiso darme más datos. No sé el tiempo que permaneció en ese campamento, si llego a estar involucrado en alguna escaramuza y cual fue, ni siquiera la misión que tenían encomendada.
Lo siguiente que conseguía explicar es que, quedaron aislados, no se exactamente cuanto tiempo. Sin comida ni agua fueron pasto de las enfermedades y los piojos.
En un momento dado, llegó la ayuda. Fueron rescatados los pocos que quedaban vivos y trasladados a un buque hospital. Mi padre acabó en la bodega con los cadáveres pues creyeron que estaba muerto. Según explicaba un amigo suyo que estuvo buscándolo mucho tiempo, tenía el pelo, la barba y las uñas largas como si fuera un náufrago. La fiebre amarilla y una pleuritis le convirtió en un esqueleto de color macilento por lo que, en un principio, interpretaron que había fallecido.
Cuando el médico forense encargado de clasificar los cuerpos para ser repatriados fue a engancharle la etiqueta se dio cuenta de que respiraba.
Pasó tres meses en un hospital de Gran Canaria y después fue enviado a casa.
Durante todo ese tiempo y hasta que fue trasladado al centro sanitario, mi madre, su novia por aquel entonces, no sabía nada de él ya que, el estado Español no le daba ninguna información.
Mi padre tardó mucho tiempo en recuperarse pero no lo hizo del todo. Le quedó una enfermedad pulmonar que marcó el resto de su vida. Tenía 18 años y era un chaval completamente sano cuando salió de su casa para realizar el servicio militar. Después de eso nunca más volvió a ser el mismo. Su salud nunca volvió a ser buena y acabo suicidándose con 50 años.
Anexo lo que ahora se cuenta sobre aquel periodo de nuestra historia y que jamás me enseñaron en el colegio.

Fuente: La Wikipedia





domingo, 24 de septiembre de 2017

La perfecta "bailarina"

Se que quizá me vuelvo insistente con mi concepto de los "bailarines a lo Milán Kundera", pero hay veces que se me muestran de una forma tan clara, tan precisa, que no puedo evitarlo.
No voy a dar el nombre. Quienes siguen las noticias del corazón y las redes sociales saben a quien me refiero. De todas maneras solo representa un ejemplo perfecto de otros muchos que mantienen sus miserias en la sombra mientras dan una imagen ideal al mundo. ¡Mis perfectos "bailarines"!. Ellos, y no mi pobre vocabulario, son los que mejor pueden explicar este concepto, a lo mejor, un poco abstracto para algunos.
Creo, sin embargo, como ya he dicho otras veces, que estos especialistas del postureo, existen en cualquier ámbito de la sociedad pero tan poco podemos negar que hay universos más predispuestos que otros.
Y tanto la política como las redes sociales son el caldo de cultivo ideal para este tipo de "yonquis" de la atención pública.
Volvamos a nuestra protagonista. Una chica guapa, inteligente, probablemente con don de gentes, seguro que con un futuro prometedor que, en un momento dado, se vuelve adicta a Instagram.
Y, a partir de aquí, crea un universo a su alrededor de mentiras apoyadas por una escenografía perfecta.
Se deja esclavizar por las marcas. Esos monstruos sin cara ni corazón, máquinas solo interesadas en generar beneficios. Y su ambición unida al hambre constante de estos depredadores la lleva a teatralizar su día a día. Siempre tiene que estar perfecta porque, perennemente acompañada de su fotógrafo, debe inmortalizar cada instante de su ficticia perfecta vida para conseguir más seguidores, más "likes" y que las marcas acepten las subidas de su "caché".
Pero, como Dorian Grey, oculta su verdadera cara en un cuadro escondido en el desván. Una cara que jamás podrá mostrar, ni siquiera para gritar desesperadamente demandando esa ayuda que tanto necesita.
Y siento, de repente, una infinita pena por una persona que se siente torturada por la soledad porque, esa soledad, no es elegida, está autoimpuesta por la manera en que, ella misma, a decidido vivir.
Supongo que debe tener un terrible conflicto interior porque, la persona que es, envidia terriblemente a la persona que se supone que es.
Recorrer un camino como este jamás te puede llevar a un buen final. Por eso nuestra "bailarina" a acabado ejecutando su última e infernal coreografía al final de una soga.
Supongo que ahora será feliz porque, por fin, habrá conseguido deshacerse del disfraz que llevaba adherido a la piel y ser ella misma.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La sociedad obliga

Los convencionalismo sociales ¡que cosa más extraña!. Son como las ladillas, se te pegan a la piel y es imposible quitarlas. Te chupan la energía porque te obligan a estar, permanente,  representando un papel.
Naces desnudo y, desde tu primera bocanada de aire, te van revistiendo de pieles como si fueras una cebolla. Te inculcan lo que se espera de ti de una manera tan profunda que te dura para siempre. Te graban a fuego la necesidad de programar y controlar todos los momentos hasta el punto de que, incluso planificas en vida los actos y celebraciones de tu muerte, porque nuestro objetivo es no dejar nada al azar.
Te vuelven tan heterogéneo, que acabas perdiendo tu propia personalidad para adoptar la de la mayoría.
Pero, tristemente, solo somos figurantes en la película de la vida porque, los verdaderos protagonista son aquellos que han conseguido mantener su esencia intacta y, además, no perder el contacto con ella, consiguiendo así que crezca y se enriquezca con el paso de las años y la experiencia.
Pero la masa siente una especial aversión por esta individualidad y, por tanto, tiende a segregar a este tipo de personas calificandolas, además, de raras, excéntricas e incluso, locas.
Solo se consigue la condescendencia de dicha masa si esta individualidad va asociada al talento y la genialidad.
Dentro de la sociedad hay sectores que todavía lo tienen más complicado. Y yo como mujer puedo dar fe de ello. A pesar de que la humanidad ha conseguido llegar al siglo XXI y se sobreentiende que ha evolucionado, a las féminas todavía se nos ve como esposas y madres. Hemos conseguido el acceso a trabajos que antes nos estaban vedados y ya no se nos mira como bichos raros por tener determinadas profesiones, consideradas tradicionalmente masculinas. Pero que no se te ocurra decir que no te quieres casar ni tener niños porque, entonces, te ataca hasta la curia romana.
Y, aunque no lo vemos o, simplemente, preferimos ignorarlo, este típo de notas discordantes se castigan. Si no cumples el estereotipo que se te asignó al nacer por una cuestión de sexo y decides tener un jornada laboral de 40 horas semanales como el resto de la población activa, ya te lo montarás para cumplir con el resto de las obligaciones que como mujer se te exigen.
De todas maneras yo tengo la teoría, pero como dicen en la tele, sin ninguna base científica, de que la esencia de cada ser humano sigue viviendo dentro de nosotros. Esta ahí, en las profundidades, como una lucecita que sigue encendida a pesar de todo, para guiarnos hasta nuestro verdadero yo. Y, por mi propia experiencia tengo que decir, que es un trabajo divertido ver como, conforme te vas deshaciendo de las vestiduras neutras, va aflorando una indumentaria mucho más colorida que, incluso, llega a ser sorprendente.

martes, 12 de septiembre de 2017

Todo lo que cabe en los bolsillos

Los lectores empedernidos sabemos que efectos pueden tener en nosotros determinados libros.
Todos los textos, por triviales que parezcan, nos hacen reflexionar puesto que los autores ponen un mucho de si mismos en ellos. Inevitablemente nos comunican sus creencias, sus miedos, sus dudas...
Pero hay, en la vida del lector, alguno que se convierte en un terremoto para el alma.
Eso justo me ha pasado a mi con "Todo lo que cabe en los bolsillos". 

No diré que es la primera vez que me pasa porque, además de estar mintiendo, sería muy triste. Querría decir que lo que leo no me transmite y, por tanto, estaría perdiendo el tiempo.
Pero de entre todos los que me han hecho llorar, replantearme alguna de mis creencias o aprendizajes, pasarme noches en blanco pensando, hacerme sentir triste o alegre, ¡este ha conseguido aglutinarlo todo!.
Hay muchísima literatura alrededor del tema del Holocausto y este texto no aporta nada nuevo a lo que ya todos sabemos.
Pero el Gueto de Varsovia es otro asunto. Los libros de historia nos dan los datos, la fecha de creación, donde estaba ubicado y su extensión, la población total que lo ocupó durante el tiempo que estuvo en uso, la cantidad aproximada de las víctimas en ese periodo, la fecha en la que los nazis lo desmantelaron, las deportaciones y asesinatos durante el proceso de clausura, su destrucción.
Lo que no nos explican son las condiciones de vida en su interior.
Yo hacía un tiempo que había visto la película "El pianista" y por primera vez tuve una idea del infierno creado en la Tierra por estos expertos en tortura y exterminio.
Quien si no una mente así puede idear un plan en el que se encierra a miles de personas hacinadas en una pequeña extensión de terreno para que mueran de hambre, enfermedades, miseria, frío...
Bien pues, "Todo lo que cabe en los bolsillos" no aporta mucha más información.
Al contrario, quizá la manera de describir la vida cotidiana en el Gueto se hace de una manera más amable (dentro de lo poco posible que resulta).
Pero Mika, un adolescente que hereda el abrigo misterioso y las marionetas de su abuelo, sí que se convierte en algo muy especial.
Es como si viajáramos ocultos en uno de los misteriosos bolsillos de ese abrigo y pudiéramos ver la cara delgada y asustada de los niños del orfanato. O los ojos tristes y la aceptación de la muerte en las caras febriles de los pequeños enfermos del hospital.
Como para Mika, ellos se convierten en nuestra familia y nos sobrepasa el deseo de ver una sonrisa que ilumine esas infantiles caritas.
Como él, sentimos la incomprensión y el dolor que produce ver la crueldad del ser humano.
Y el titiritero se hace adulto bajo el peso de la responsabilidad y el dolor de la pérdida.
La pérdida de su familia, de los niños del orfanato, de los del hospital...
Pero los pequeños del orfanato se fueron, en fila india, en parejas agarrados de la mano, con sus mejores galas y cantando canciones.
No lloraron, no protestaron cuando los encerraron en los vagones de ganado del tren, no demostraron tener miedo.
Los pequeños enfermos de tuberculosis del hospital aceptaron su muerte con la resignación que los adultos jamás podríamos tener. De tres en tres en la misma cama. Sin medicamentos que aliviaran sus últimos días pero capaces, todavía, de esbozar una sonrisa con las marionetas de Mika.
"Todo lo que cabe en los bolsillos" es una historia de héroes. De pequeños y desconocidos héroes que nos hacen avergonzar y plantearnos nuestra actitud frente al mundo. Remueve nuestras almas y ya no somos los mismos cuando cerramos su última página.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Todo lo que cabe en el alma

"Todo lo que cabe en los bolsillos", "Todo lo que cabe en los bolsillos".
Una entrada anterior a esta, "Varsovia el viaje que me cambió", hablaba de que el lugar donde estaba ubicado el Gueto era tremendamente espiritual para mi. También comentaba, y si no lo hago ahora, que el sitio exacto ha quedado un poco difuminado pero que, el trozo de muro que queda en el antiguo cementerio judío, ya me sirvió para hacer mi insignificante como símbolo, muy importante para mi, particular homenaje a los cientos de miles de personas que sufrieron el infierno en vida en esa pequeña extensión de terreno, que, por mucho que ahora se haya convertido en una zona normal de la ciudad, no deja de estar inundada por la sangre y las lágrimas de todos ellos.
Hace algún tiempo descubrí un libro llamado "Todo lo que cabe en los bolsillos".  La reseña decía que era la "novela definitiva sobre el Gueto de Varsovia" y claro, no resistí la tentación.
Todos hemos visto, oído o leído en algún momento como eran las condiciones de vida en esta pequeña prisión de personas inocentes. Los que hemos visto la película "El pianista" hay escenas que no olvidaremos jamás.
Personas muriendo de hambre en plena calle y cuyos cadáveres quedaban abandonados en el mismo sitio como recordatorio perenne del futuro que esperaba a todos los demás.
Niños muy pequeños abatidos por los alemanes cuando intentaban colarse por los agujeros del muro para intentar conseguir comida para sus familias.
En esta novela vamos más allá.
Nos habla de los orfanatos donde la miseria y la tristeza se comía a los pobres niños que ni siquiera tenían una madre que guardara sus sueños.
Nos habla de los hospitales, donde los pequeños enfermos no tenían medicamentos, camas y en las que había se hacían mantas con papel de periódico.
Pero dentro de todo este drama humano está Mika, el titiritero. Aquel que vende al diablo su alma por una hogaza de pan para salvar del hambre a su familia pero, que consigue dar la vuelta a su sentimiento de ruindad, convirtiendo los bolsillos de su abrigo mágico en una esperanza de salvación.
Y... y después no puedo evitar trazar un paralelismo.
Siglo XX, Segunda Guerra Mundial. Un ejército sin voluntad, muchos sin corazón, comandados por un puñado de locos con un jefe que era como el rey de la "corte de los milagros". Convirtieron a Europa, a la vieja Europa, ha esa que ha visto arrasados sus territorios por ordas de salvajes una y otra vez desde el inicio de los tiempos, en un inmenso campo de exterminio. Y nos convirtieron a los europeos en cómplices y partícipes involuntarios de este tremendo crimen de lesa humanidad por toda la eternidad, haciendo que todas las generaciones venideras hereden la vergüenza.
Siglo XXI, quizá esa herencia de vergüenza, ese estigma, la marca de Cain, a vuelto nuestra alma fría e indiferente porque estamos viendo repetirse la historia. Volvemos a ver inocentes muriendo de hambre, de enfermedades, de la violencia provocada por cuatro locos. Volvemos a ver niños enfermos, hambrientos, huérfanos, solos, que nos tienden las manos pidiendo ayuda.
Y volvemos a convertir nuestro territorio en campos de exterminio donde los dejamos a su suerte y donde, esta vez, no somos la mano ejecutora, simplemente nos convertimos en espectadores de su muerte lenta a manos de la miseria que nosotros mismos permitimos y fomentamos.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Recuerdos de "Los Condenados"

Este post es especial para mi porque va dirigido a una de las personas más importantes de mi vida. Mi pequeñito, mi sobrino Alex. Cuando leyó el artículo "Varsovia, un viaje que me cambió", me envió un mensaje al Washap:
"Tita, ¿vas a seguir escribiendo sobre guerras?¡Mola mucho!".
Y entonces me hizo recordar la época en la yo tenía su edad. Estudiaba octavo de EGB y hacíamos trabajos en grupo sobre la Segunda Guerra Mundial para la asignatura de Historia. Aquí empecé a apasionarme por el tema y, al poco tiempo descubrí un autor al que le dedique horas y horas. Sven Hassel.
No era un doctor en Historia, no era un erudito, no era Umberto Ecco. Era un soldado del ejército alemán que contaba lo que pasaba en el micro mundo donde vivía todo lo duro que la guerra significa.
Son solo vivencias, anécdotas, experiencia que transmitir para que la juventud no tenga una idea romántica y utópica de los conflictos armados.
Son las novelas que mi abuelo habría podido escribir sobre su paso por la Guerra Civil Española.
Ellos no sabían de fechas, estrategias o nombres de batallas. Te explicaban como eran sus camaradas, lo que significaba estar días y días en una trinchera bajo fuego de mortero.
Su primera novela, "La legión de los condenados" llego a mis manos por casualidad y, a partir de ahí, seguí leyendo y leyendo hasta que el tener dos o tres años más me hizo interesarme por otros temas.
Pero uno de los títulos que más me impresionó fue "Stalingrado".
Cuando Hitler decidió traicionar a sus aliados soviéticos e invadir Rusia hizo como muchos de nosotros, ignorar el pasado y cometer, por ello, los mismos errores que, en su momento, llevaron al mismísimo Napoleón Bonaparte a la derrota.
130 años antes los franceses acometieron esta gran campaña en la segunda mitad del verano. Las grandes extensiones de terreno recorridas por las tropas napoleónicas provocaron que, antes de llegar a Moscú, les alcanzara el invierno. Las tropas soviéticas, muy inferiores en número poco preparadas y con poco armamento, aguantaron, sin embargo el asedio de los franceses.
Y además, en su retirada hacia la actual capital, fueron destruyendo todo a su paso por lo que dejaron al ejército enemigo sin suministros (a mi me enseñaron en el colegio que esto era la técnica de tierra quemada pero luego he leído voces en contra de este término).
Por tanto Napoleón, con sus tropas desnutridas, sin el equipamiento adecuado para el clima invernal y la fuerte resistencia de los rusos no tuvo más remedio que capitular y retirarse.
Esto fue el principio del fin del gran Imperio soñado por el magnífico estratega, donde Europa fuera una sola nación.
Hitler intento la proeza en las mismas fechas pero, en vez de subestimar la grandes distancias a recorrer y la dureza del invierno ruso, pertrechó a sus hombres con equipo invernal.
Una buena idea si no hubiera sido porque las marchas maratonianas en mitad del verano cargando con toda la ropa de abrigo obligó a la mayoría de los soldados ha abandonar el equipo.
El ejército alemán consiguió llegar hasta su objetivo, Stalingrado, y allí encontró una resistencia que no esperaban.
Stalin había blindado la ciudad y tanto los combatientes como los habitantes sabían que era mucho peor intentar escapar ("Ni un paso atrás" era la consigna).
Las tropas invasoras fueron rodeadas y pasaron de ser los sitiadores a los sitiados.
Durante meses murieron de hambre, frío, enfermedades y los ataques constantes de los soldados rusos en incesantes incursiones al estilo de guerra de guerrillas.
Francotiradores rusos en Stalingrado 
Los alemanes no tenían descanso ni de noche ni de día y la ciudad se iba llenando de cadáveres putrefactos, como una inmensa tumba abierta, que lo inundaba todo de pestilencia y miasmas.
A la vez se inició un principio de guerra psicológica. Por los altavoces instalados en toda la ciudad se oía durante las 24 horas y día tras día la propaganda soviética:
"Tic tac tic tac, Stalingrado fosa común. Cada 7 segundos muere un soldado alemán. Tic tac tic tac tic tac tic tac".
Se organizaban fiestas y comilonas a las orillas del Volga para martirizar al enemigo que se moría de inanición.
Al final, de los 250.000 soldados alemanes que llegaron para conquistar este bastión imposible, solo consiguieron salir 90.000 tras la capitulación, de los cuales, solo 5.000 pudieron volver a su país.
Esto, es, a groso modo, lo que recuerdo de la Batalla de Stalingrado, dejando de lado todos los movimientos de tropas y estrategias equivocadas del histrionico Hitler.
Y por último quiero hacer un homenaje a esos personajes de las novelas de Sven Hassel que acabaron convirtiéndose en mis camaradas también.
Porta, Hermanito, el viejo, el legionario, Peter Barcelona Blom...








viernes, 1 de septiembre de 2017

Varsovia, el viaje que me cambió

La idea no surgió de mi pues era un país que nunca había pensado visitar.
Yo había buscado una semana relajante en un precioso balneario en el Valle del Jerte. Pero mi compañera de viaje había recibido una recomendación especial y me hizo cambiar de opinión.
Así que ese verano salimos hacia Polonia. Para mi, gran amante de todo lo relacionado con la Segunda Guerra Mundial, era un viaje casi espiritual. Iba a visitar lugares de los que había oído hablar, de los que había leído millones de veces.
Sabía que Varsovia había sido completamente destruida por los bombardeos alemanes al principio de la guerra. Pero la reconstrucción hecha en los años 50 es espectacular.
Yo llegué con la idea de ver la típica ciudad de un país del éste pero, y afortunadamente, los polacos han conseguido preservar su país de esa arquitectura oscura y deprimente que los soviéticos no consiguieron imponerles.
Varsovia es un lugar luminoso, colorido, lleno de vida, de música, de arte.
Pero, sobre todo, destila historia, recuerdos, homenajes. 
En cada esquina, en cada calle, en cada iglesia encuentras el reconocimiento de sus conciudadanos a las víctimas de los bombardeos. Al valor de los primeros soldados que intentaron defender la ciudad de atacantes que eran estratosfericamente superiores a ellos. Y a la resistencia después, que intento minar la fuerza de sus invasores con su guerra de guerrilla. 

Casi puedes sentir a los resistentes corriendo a tu alrededor. Te dejas llevar, inevitablemente, por la plasticidad, por el movimiento de estos monumentos. 
Pero lo más curioso es que te sientes poseído por un fantasma desde que llegas a la ciudad. Notas la presencia constante de un lugar que desapareció poco antes de la liberación, destruido, quizá por la vergüenza de sus propios creadores. El Gueto de Varsovia. 
Y digo que no existe pero no es verdad. En el antiguo cementerio judío se conserva un trozo del muro de esta gigantesca prisión, que no fue más que un campo de exterminio disfrazado de barrio, donde los alemanes encerraron a más de 400.000 personas para que murieran de hambre, de enfermedades, de miseria. Para mi, el Gueto, era un lugar de culto. Por tanto, tocar ese trozo de muro y pararme y ¡¡rezar!! (no lo hacía desde pequeña) en mi idioma, con mi religión, fue mi pequeño homenaje a esas víctimas inocentes que no fueron asesinadas solamente, también fueron torturadas de una manera que ninguna mente sana puede imaginar. 
Y me quedan dos lugares por comentar de este viaje mediático para mi.
El primero se encuentra en Cracovia. Se trata del edificio donde estaba ubicada la fábrica de Shlinder. Reproduzco mis propias palabras: 

"1 de septiembre de 1939, hace 78 años. 
Lo explico como lo vi, lo explico como me lo contaron. En Cracovia se conserva el edificio donde se situaba la fábrica de Shlinder. Ahora es un museo dedicado a la invasión de Polonia. 
A través de las fotos podemos seguir lo que pasó aquel día. 
Los polacos aprovechaban los últimos días que quedaban para ir a la playa, a pasear por los parques, de picnic. Un jornada de fiesta feliz como otra cualquiera. De pronto, los barcos alemanes aparecieron delante de la costa de Varsovia. Todavía, la población y sus dirigentes, eran ignorantes de lo que el ejército alemán pretendía. Estos mintieron a las autoridades aduciendo que eran maniobras y se acercaron lo más posible a la ciudad. 
A partir de ahí empezó un bombardeo constante y despiadado, apoyado por la aviación, que solo concluyó cuando Varsovia, una de las ciudades más bonitas de Europa, quedó destruida hasta los cimientos. 
Entonces empezó la invasión terrestre. La famosa caballería polaca no pudo hacer nada ante los tanques y las ametralladoras. La ciudad se quedó esperando la ayuda de sus aliados rusos sin comprender todavía la enorme traición de la que habían sido objeto. 
A partir de aquí comenzó la época más dramática y más oscura de la Europa del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial."
El segundo fue, después de haber viajado mucho y visitado muchos lugares, con diferencia, donde recibí el impacto emocional más grande de mi vida.
Si, por supuesto, se trata de... 

Auschwitz!!!

Nunca pensé que un grupo de edificios rodeado de muros y vallas electrificadas pudiera contener tanto dolor, tanta tristeza. Se te pega a la piel, al alma y te dura toda la vida. La imágenes están vívidas en mi memoria como si las hubiera visto ayer, al igual que las sensaciones. 
No voy a hacer un recorrido aquí porque mi vocabulario es demasiado pobre para poder expresar lo que se puede ver allí. Solo diré que, en determinados espacios, la angustia y el llanto me hicieron salir sin poder acabar el recorrido. 
De todas maneras, creo que es una visita que todo ser humano debería hacer para ver como el hombre es el peor enemigo del hombre. Que la crueldad del alma humana supera cualquier otra cosa que la naturaleza nos pueda mostrar. Que asistimos a la repetición de los comportamientos psicópatas y nos son indiferentes porque, la distancia, no nos deja sentirlos en toda su extensión, en todas sus consecuencias. Por eso, la visita a Auschwitz es fundamental para que sintamos de cerca el miedo, la desesperación y el dolor que el sacrificio de nuestros semejantes provoca. 




Entrada destacada

Bastian

Estoy inmersa en la lectura de "Memorias de Bastian" de Hugo Egido. Me sorprende conforme avanzo, es una opinión completamente...