viernes, 8 de septiembre de 2017

Todo lo que cabe en el alma

"Todo lo que cabe en los bolsillos", "Todo lo que cabe en los bolsillos".
Una entrada anterior a esta, "Varsovia el viaje que me cambió", hablaba de que el lugar donde estaba ubicado el Gueto era tremendamente espiritual para mi. También comentaba, y si no lo hago ahora, que el sitio exacto ha quedado un poco difuminado pero que, el trozo de muro que queda en el antiguo cementerio judío, ya me sirvió para hacer mi insignificante como símbolo, muy importante para mi, particular homenaje a los cientos de miles de personas que sufrieron el infierno en vida en esa pequeña extensión de terreno, que, por mucho que ahora se haya convertido en una zona normal de la ciudad, no deja de estar inundada por la sangre y las lágrimas de todos ellos.
Hace algún tiempo descubrí un libro llamado "Todo lo que cabe en los bolsillos".  La reseña decía que era la "novela definitiva sobre el Gueto de Varsovia" y claro, no resistí la tentación.
Todos hemos visto, oído o leído en algún momento como eran las condiciones de vida en esta pequeña prisión de personas inocentes. Los que hemos visto la película "El pianista" hay escenas que no olvidaremos jamás.
Personas muriendo de hambre en plena calle y cuyos cadáveres quedaban abandonados en el mismo sitio como recordatorio perenne del futuro que esperaba a todos los demás.
Niños muy pequeños abatidos por los alemanes cuando intentaban colarse por los agujeros del muro para intentar conseguir comida para sus familias.
En esta novela vamos más allá.
Nos habla de los orfanatos donde la miseria y la tristeza se comía a los pobres niños que ni siquiera tenían una madre que guardara sus sueños.
Nos habla de los hospitales, donde los pequeños enfermos no tenían medicamentos, camas y en las que había se hacían mantas con papel de periódico.
Pero dentro de todo este drama humano está Mika, el titiritero. Aquel que vende al diablo su alma por una hogaza de pan para salvar del hambre a su familia pero, que consigue dar la vuelta a su sentimiento de ruindad, convirtiendo los bolsillos de su abrigo mágico en una esperanza de salvación.
Y... y después no puedo evitar trazar un paralelismo.
Siglo XX, Segunda Guerra Mundial. Un ejército sin voluntad, muchos sin corazón, comandados por un puñado de locos con un jefe que era como el rey de la "corte de los milagros". Convirtieron a Europa, a la vieja Europa, ha esa que ha visto arrasados sus territorios por ordas de salvajes una y otra vez desde el inicio de los tiempos, en un inmenso campo de exterminio. Y nos convirtieron a los europeos en cómplices y partícipes involuntarios de este tremendo crimen de lesa humanidad por toda la eternidad, haciendo que todas las generaciones venideras hereden la vergüenza.
Siglo XXI, quizá esa herencia de vergüenza, ese estigma, la marca de Cain, a vuelto nuestra alma fría e indiferente porque estamos viendo repetirse la historia. Volvemos a ver inocentes muriendo de hambre, de enfermedades, de la violencia provocada por cuatro locos. Volvemos a ver niños enfermos, hambrientos, huérfanos, solos, que nos tienden las manos pidiendo ayuda.
Y volvemos a convertir nuestro territorio en campos de exterminio donde los dejamos a su suerte y donde, esta vez, no somos la mano ejecutora, simplemente nos convertimos en espectadores de su muerte lenta a manos de la miseria que nosotros mismos permitimos y fomentamos.

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