lunes, 24 de julio de 2017

Dejar morir a un niño

Tengo dos sobrinos. Han salido muchas veces en este Blog. Para mi son mi vida. Sería capaz de morir para darles el corazón, las córneas, lo que fuera si lo necesitarán y lucharía con uñas y dientes para salvarles la vida.
Con esto quiero decir que entiendo perfectamente las campañas que se hacen para recaudar fondos para una operación o buscando donantes para un trasplante.
Lo que me cuesta entender es que nos volquemos, que tengamos tal capacidad para empatizar, para solidarizarnos, para emocionarnos con un solo niño y a la vez miremos, totalmente indiferentes, como mueren otros millones. Sin pestañear, sin sentir, como si fueran transparentes.
Inevitablemente eso me hace pensar en los campos de concentración nazis. Miles de niños murieron allí ante la mirada indiferente del resto del mundo. Lo que tienen en común aquellas víctimas de la barbarie y las víctimas actuales es ese sentimiento de muchas personas de que no son nada.
Sufren por terribles enfermedades que los mayores no podríamos ni pensar en soportar. Los ves desmadejados, sin fuerzas, solo piel, huesos y unos enormes ojos que miran fijo, con la fijación de la muerte aceptada.
¿Podemos llegar a autoconvencernos de que los padres de esa criatura inocente no sienten la misma desesperación que los progenitores del niño que necesita la operación o el trasplante?
Pero nos da igual. Por desgracia no nos invade la misma empatía y deseo de ayudar.
Y no acepto que se diga que eso no es verdad ¡porque lo es!.
Llevo demasiado tiempo sintiendo la indiferencia como para que nadie intente contarme mentiras. Somos capaces de dar dinero, recoger millones de tapones de botellas, asistir a eventos. Pero... Yo intenté hacer una campaña para Unicef, 100 euros, no 100.000.
Solo había que enviar un SMS que valía 4 euros de nada, poco más que un café. Con esa nimiedad se hubieran vacunado muchos bebés que no morirían de un simple sarampión.
Al final acabé dando yo el dinero.
También recuerdo que hace algún tiempo me sentí ofendida porque vi que Unicef Argentina ofrecía entrar en un sorteo de un coche por hacerse socio. Pensé: "¡Por el amor de Dios! Esto no es una promoción de verano de un supermercado, hasta ahí podíamos llegar."
Pero de sabios es rectificar, sí tentar el espíritu mercantilista e interesado del ciudadano de a pie es el único medio para poder minimizar el sufrimiento y la muerte de más niños por desnutrición, por abandono, bienvenidos sean los sorteos.
Lo mejor es que cuando preguntas a esos que se hacen socios para ver si les toca, porque no lo han hecho antes o porque no lo hacen otros, te contestan :
"Es que te lo enseñan tanto por televisión que te acostumbras y ya no te afecta." ¿En serio?
¿Somos capaces de acostumbrarnos a esto?

Entonces, y sin ser creyente, pienso que si ese Dios del que todas las religiones hablan, existe de verdad, un día borrará su aberración de encima de la Tierra pura.
¡Y nos merecemos lo que nos pasé.!

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